En estos momentos en los que vivimos en un mundo
globalizado, y por tanto interdependiente, en el que la información, el
conocimiento y los grandes avances científicos están a nuestro alcance, por
cierto como nunca lo estuvieron antes, parece oportuno hacer alguna reflexión
en torno a lo que debería ser la educación de los ciudadanos para el siglo XXI
en cualquier lugar del planeta, con calidad y equidad para todos.
Quizá
convenga señalar, igualmente, que en el contexto internacional hubo un antes y
un después de PISA (por sus siglas en inglés: Programme for International Student
Assessment). La razón de esta afirmación es que antes de celebrarse
estas pruebas que iniciaron su andadura con el presente siglo, cuando se
visitaba un país o se hablaba sobre los diferentes sistemas educativos, tanto
los dirigentes políticos como los propios docentes, decían tener un magnífico
sistema educativo y solían presumir de sus logros y avances en la materia. En
tal situación era difícil rebatir tales argumentos puesto que, aunque ya había
referentes internacionales en la materia, sin embargo ninguno de ellos tuvo el
impacto en la sociedad, en los medios de comunicación y en la esfera política
internacional y educativa global como lo tiene PISA desde su aparición en
escena.
Pero,
además, hay algo más que es necesario añadir, y es la visión crítica que debemos
tener presente al hablar de educación, si se quiere de un modo más concreto, lo
que deberían tener presente los reformadores de los sistemas educativos, sería
lo que nos dice Martha Nussbaum (Premio Príncipe de Asturias de las Letras
2012), “Estamos en medio de una crisis de proporciones gigantescas y de
enorme gravedad a nivel mundial. No, no me refiero a la crisis económica
global que comenzó a principios del año 2008… No, en realidad me refiero a una
crisis que pasa prácticamente inadvertida, como un cáncer. Me refiero a una
crisis que, con el tiempo, puede llegar a ser mucho más perjudicial para el
futuro de la democracia: la crisis mundial en materia de educación”. En su obra Sin
fines de lucro, ¿por qué la democracia necesita de las humanidades?,
la autora dirige su crítica a la necesidad de mantener las disciplinas de
humanidades en los planes de estudio que, considerados por muchos no útiles a
los fines productivos de los estados en la actualidad, están desapareciendo o
quedando relegados de los sistemas educativos y, como consecuencia, sigue
diciendo esta autora que “Si esta tendencia se prolonga, las naciones de todo
el mundo en breve producirán generaciones enteras de máquinas utilitarias, en
lugar de ciudadanos cabales con la capacidad de pensar por sí mismos, poseer
una mirada crítica sobre las tradiciones y comprender la importancia de los
logros y los sufrimientos ajenos.” Aunque para que no haya duda de la claridad
de su crítica, más adelante matiza diciendo que “La idea de rentabilidad convence
a numerosos dirigentes de que la ciencia y la tecnología son fundamentales para
la salud de sus naciones en el futuro. Si bien no hay nada que objetarle a la
buena calidad educativa en materia de ciencia y tecnología, me preocupa que
otras capacidades igualmente fundamentales corren el riesgo de perderse en el
trajín de la competitividad…” Es decir, no parece necesario prescindir de esos
avances, pero si queremos sociedades más democráticas, plurales y justas,
necesitamos un currículum equilibrado en sus contenidos y no únicamente
dominados por el utilitarismo y dirigidos a la formación de productivos robot
deshumanizados. Pues necesitamos ciudadanos capaces de diseñar planes de vida
autónomos, libres, críticos, pacíficos, solidarios y respetuosos de los
derechos humanos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Si lo deseas puedes hacer tus propios comentarios y añadir incluso otra información pertinente.