Como cada año por estas fechas, cuando se acerca el principio de
curso, renacen los deseos del reencuentro con compañeros y cierta curiosidad
por descubrir los desafíos que nos presentará la nueva etapa, aunque también,
suele suceder, que una vez iniciado el trabajo diario, es fácil caer en la
rutina de todos los años.
Acabo de leer
un libro algunas de cuyas reflexiones me gustaría compartir, el título es El fin de la educación. Una nueva definición del
valor de la escuela. Su autor es Neil Postman. 2006. Publicación que, por
diversas circunstancias, hasta ahora no había caído en mis manos. El libro se
divide en dos partes que, como el mismo autor dice, la primera es dedicada a la
doctrina y la segunda son los comentarios. Aunque el texto se centra en la
situación de la educación en Estados Unidos a finales del siglo XX, las
reflexiones generales bien podrían ser de utilidad en otros contextos. En la
primera parte nos habla de la necesidad de dioses, narrativas también denomina
él, las cuales han sido los objetivos que han motivado y justificado el papel
de la escuela a lo largo del tiempo; aprovecha también el autor para explicar
lo que no ha funcionado en educación y nos propone los dioses que, según él,
podrían funcionar. La segunda parte es más explicativa y particularmente
expresiva y concreta en sus contenidos y argumentaciones. Pero, lo que podría
servirnos para esta reflexión de inicio de curso sería lo que se plantea en el
título del libro que, intencionadamente, tiene un doble sentido: primero, cuál
debe ser el fin (propósito) de la educación y, en segundo lugar, se pregunta si
realmente nos encontramos ante el final de la educación.
La primera acepción es una cuestión que, de acuerdo con al paso
del tiempo, cada vez parece más complejo definir cuál debe ser el objetivo y
justificación de la educación, es decir de los sistemas educativos. Pues, como
todos conocemos bien, la educación siempre fue un instrumento al servicio del
poder que ha servido más para perpetuar, o agrandar diferencias sociales, que
para proporcionar igualdad. Aunque habrá que reconocer que hubo tiempos y
circunstancias en los que, a pesar de las adversidades, muchos lograron
alcanzar niveles de formación académica superior.
Por
tanto, consideramos que preguntarse ahora cuál debería ser la finalidad de la
escuela sería una buena cuestión para debatir en las instituciones educativas,
en la familia y en la sociedad, para entender mejor el sentido de la vida y los
niveles de exigencia que debemos tener para con nuestros jóvenes. No vaya a ser
que admiremos a Corea del Sur por sus excelentes resultados en PISA
y no sepamos que la media de la jornada de trabajo escolar de un estudiante de
este país es de 15 horas, incluyendo horas de clase, y cuando llegan a la
prueba de acceso a la universidad ronda las 20 horas diarias. Todo ello con el
apoyo de sus padres, que tienen que costear las academias particulares a las
que tienen que ir los estudiantes, incluso hasta la media noche. Eso sin contar
los altos índices de suicidio de los jóvenes estudiantes por la presión a la
que se ven sometidos.
La segunda acepción que Postman considera en su obra, es si
estaríamos ante el final de la educación, hecho que sólo se produciría si no
revisamos el quehacer diario de la escuela, para salir de la monotonía y la
rutina impuesta por normas y textos que rigen, en buena medida, la docencia.
Aunque él se resiste a ese final y apuesta más bien por su continuidad.
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