sábado, 27 de junio de 2015

Acoso, bullying, matoneo… ¿Cómo lo combatimos?

Es esta una cuestión que no está exenta de controversia por la forma en la que se  afronta en los estudios lo que realmente sucede. Pues no siempre parece que se ha estudiado del modo más adecuado. Así, se publicó en España en el año 2006, por Fernández Enguita un interesante documento “Vivir de la alarma social”, en el cual sacaba a la luz y analizaba los planteamientos y contenidos, entre otros, de los llamados informes Cisneros. En concreto iniciaba aquel trabajo diciendo que:

«Primero fue el queme (burnout), ahora son el acoso, el matonismo (mobbing, bullying) y la violencia escolar en general y, mañana, quién sabe. Siempre me ha costado trabajo tomarme en serio la alarma social fabricada en torno a estas enfermedades imaginarias, reales en un número no desdeñable de casos pero inverosímiles cuando se usan como banderas corporativistas por quienes necesitan argumentos tremendistas en los que envolver  intereses y pretensiones difíciles de presentar o simplemente impresentables. Pero es mi error: las creencias más disparatadas pueden llegar a verse razonables cuando favorecen los intereses propios».
Pero más allá de la búsqueda de la alarma social para lograr intereses particulares  que siempre contarán con todo nuestro desprecio para quienes buscan beneficios egoístas con asuntos tan delicados como este, parece evidente que este es un asunto que, a día de hoy, es, cuando menos, preocupante. Pues se trata de un problema mundial, tal y como lo pone de manifiesto el  Informe del experto independiente para el estudio de la violencia contra los niños, de las Naciones Unidas del año 2006.
En este sentido, El Tiempo, 22 de mayo de 2013 (Colombia), decía que «Según el último estudio en Derechos de la Niñez de la ONG Plan Internacional, América Latina es la región del mundo con mayor promedio de casos de acoso escolar, una práctica que hunde sus raíces en la violencia y la desigualdad, y dificulta el aprendizaje de niños para superar la pobreza». Continúa esta información diciendo que «En el caso colombiano, en el más reciente estudio de evaluación sobre el Bullying, donde se tuvo en cuenta la respuesta de cerca de 55.000 estudiantes de 589 municipios del país en las Pruebas Saber de los grados quinto y noveno, se encontró que el 30% de los estudiantes de 5° y el 15% de 9°, manifestaban haber sufrido algún tipo de agresión física o verbal por parte de un compañero».
Por su parte, la Asociación SOS Bullying de Colombia inicia su información, en su página web, sobre este asunto, exponiendo una definición descriptiva que parece muy pertinente recoger aquí y que dice: «Llámese bullying, hostigamiento, matoneo o cualquier otro nombre según la región o país, los efectos y consecuencias son las mismas. El bullying no tiene género, raza, idioma o estatus; siempre ha existido, sólo que a partir de la década del setenta del siglo pasado a consecuencias del suicidio de tres niños entre 10 y 13 años en Noruega, el gobierno prendió «las alarmas» y se comenzó a investigar científicamente. El primer investigador de esta situación fue el Noruego Dan Olweus, quien definió el bullying como: “La victimización o maltrato por abuso entre iguales es una conducta de persecución física y/o psicológica que realiza el alumno o alumna contra otro, al que elige como víctima de repetidos ataques. Esta acción, negativa e intencionada, sitúa a la víctima en posiciones de las que difícilmente puede salir por sus propios medios. La continuidad de estas relaciones provoca en las víctimas efectos claramente negativos: descenso en su autoestima, estado de ansiedad e incluso cuadros depresivos, lo que dificulta su integración en el medio escolar y el desarrollo normal de los aprendizajes”».
Por otro lado, el 12 de noviembre de 2013, el periódico el Espectador (Colombia) publicaba otra noticia titulada «Tres de cada cinco víctimas de bullying en Colombia piensan en suicidio», e informaba de que «En una encuesta realizada en las principales ciudades de Colombia, la fundación Friends United Foundation y su departamento de Analistas en Violencia Juvenil y Delitos Contra Menores de Edad, arrojaron reveladoras cifras que evidencian el aumento de casos de matoneo y violencia escolar en los colegios de Colombia».
Entre los datos revelados se evidenció que una de las clases más comunes de matoneo son a causa de la homofobia con un 30%, seguida de bullying racial (25%), barrista -es decir el ataque a una persona hincha del equipo contrario- (20%), rechazo o matoneo por alguna discapacidad con un 10% y el matoneo por aspecto físico con un 10%. El bullying por alguna otra condición diferente a las nombradas ocupó un 5% en la encuesta.
Así pues, parece claro que este fenómeno se extiende por todos los países y que obedece a los mismos principios, patrones y conductas humanas, sin diferenciar culturas ni países, aunque aspectos como la pobreza, la violencia, el desempleo y la enorme brecha social que existe en países como Colombia, son un caldo de cultivo propicio para que las cifras sean aún más elevadas. Por no dar citas concretas y detalles de lo que ocurre con frecuencia y que los medios de comunicación recogen a diario en sus informativos por estas latitudes.
Ante esta situación, Colombia aprobó la ley 1620 de 15 de marzo de 2013, por la cual se crea el sistema nacional de convivencia escolar y formación para el ejercicio de los derechos humanos, la educación para la sexualidad y la prevención y mitigación de la violencia escolar. Y no es de extrañar esta medida si tenemos en cuenta, no solo el acoso y el ciberacoso, sino también las altas tasas de embarazos en adolescentes de menos de 20 años incluso, las cifras en menores de 15 años, son realmente preocupantes y pueden tener, entre otras, influencia en la atención y educación de los hijos con padres adolescentes. Por no citar el alto nivel de violencia general y la falta de derechos humanos en la que viven los más pequeños, consecuencia de múltiples factores, que son una escuela para el aprendizaje de conductas violentas que arrastran mucho más de lo que lo hacen las mejores palabras que sepamos decirles a los niños.
Por tanto parece que estamos ante una situación seria que debe ser afrontada no solo por la escuela, sino también por todos los sectores de la sociedad y por la familia. Pero quizás en el ámbito de América Latina, especialmente en los países y sectores más desfavorecidos, la situación tiene aún peores consecuencia por las razones ya expuestas.
En consecuencia, la cuestión que nos deberíamos plantear sería: ¿qué podemos hacer con este problema desde las instituciones educativas? La respuesta como sabemos no es sencilla, aunque sí existen prácticas que ponen de manifiesto buenos resultados. Y también sabemos que hay medidas que no contribuyen precisamente a solucionar el problema, entre otras, podríamos citar medidas como la creación de escuelas de grandes dimensiones, megaescuelas, con un gran número de alumnos, con el fin de dotarlas de más servicios e instalaciones, hecho que se da con frecuencia aquí en Colombia. Pues es bien conocido que en una institución educativa con un gran número de alumnos resulta difícil conocerse entre el alumnado y el profesorado, por lo que el anonimato es mayor y un factor que da pie a pensar que es más fácil pasar inadvertido y, en consecuencia, invita a actuar con más impunidad que en una institución pequeña donde todos se conocen y el control resulta mucho más fácil.
Por todo ello, podríamos concluir diciendo que debemos trabajar para lograr instituciones educativas con una convivencia que vaya mucho más allá de tener en el papel un buen plan de convivencia o que en el país exista una buena ley, aunque podrían ser necesarias y ayudar, sin embargo creemos que no son suficiente. Lo verdaderamente importante es que se trabaje en colaboración con las familias, en una convivencia en positivo que garantice los derechos de todos y procure el desarrollo de valores y de un ambiente de aprendizaje,  de seguridad y de confianza, que nos acoja a todos, esta será probablemente la mejor respuesta al problema. Pero para conseguirlo será necesario crear los cauces de participación y presencia, en las instituciones educativas, no solo de la familia, sino también de otros actores sociales, creando sinergias y basando nuestra intervención en el diálogo igualitario, para construir normas de convivencia con la participación de la comunidad y que, por tanto, sean conocidas y compartidas, no impuestas. En este sentido en Comunidades de Aprendizaje se hace una propuesta realmente práctica basada en el Modelo dialógico de prevención y resolución de conflictos.
Además, tenemos medios y recursos abundantes para trabajar en esta realidad, entre otras, podría resultar interesante y útil una lectura reflexiva del informe de 2014 de Save the Children sobre Acoso escolar y ciberacoso: propuestas para la acción, que sugiere y aporta elementos de alto interés teórico y práctico. También, entre otros muchos medios, donde se puede encontrar material interesante y útil está la revista CONVIVES.

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Acoso, bullying, matoneo… ¿Cómo lo combatimos? by Pedro Navareño Pinadero is licensed under a Creative Commons Reconocimiento-NoComercial-CompartirIgual 4.0 Internacional License.
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