En un mundo en el que se duplica la
información cada dos años, en el que la investigación en educación nos aporta
tantas fórmulas y tanto conocimiento en todos y cada uno de los aspectos que la
conforman, para mejorar nuestra tarea como docentes, parece que algo no
funciona bien, pues de lo contrario, no se podría entender que, a pesar de todo
lo dicho, la escuela siga teniendo graves problemas para alcanzar su objetivo
de lograr una educación de calidad y equidad para todos.
Quizá es posible que estemos en esa
situación en la que sea necesario recordar las palabras de Aristóteles cuando
decía, en Ética a Nicomaco, que “La
distancia entre la teoría y la práctica, entre el deber ser y el ser,
entre la prédica y la acción es, tal vez, el problema básico de la ética
(y de la educación diríamos nosotros). ¿De qué sirven los discursos, los
argumentos, las fundamentaciones, las teorías, si seguimos actuando mal? Hablamos
de virtud cuando lo que debería preocuparnos es ser virtuosos”
Este pensamiento, podría pues, explicar la causa de
la situación actual, puesto que si disponemos de tanto conocimiento, tanto en educación como en otros campos del
saber, por qué seguimos sin mejorar en la misma medida los resultados de
nuestras instituciones educativas. Esta pregunta quizá sea demasiado simple o
ambiciosa, no lo sé, en todo caso que cada uno responda por sí mismo.
La idea del porqué no mejoramos la sociedad desde
la escuela se ha acrecentado en mi, en estos últimos meses, que he podido
observar de modo mucho más claro este asunto, como consecuencia de tener la
oportunidad de vivir y conocer un poquito más un país como Colombia. País que
tiene un sistema educativo bien diferente al nuestro, con una sociedad dominada
por la inequidad y la injusticia social hasta límites insospechados, por
ejemplo que en ella se produzcan muertes por simple inanición, un país que
cuenta con una idiosincrasia propia, con una gran riqueza natural y cultural, más
de 60 lenguas indígenas, una población mezcla de tres grandes grupos humanos:
europeos, indígenas y afrodescendientes. Un país en el que se inscriben cada
día tres nuevas religiones (negocios), que se cometen 600 robos al día (2013) o
se mata por un simple celular, etc. A la vez que hay una población, inmensamente
mayoritaria, generosa que lucha y trabaja por un país mejor.
Este contexto me ha ayudado a reflexionar, aún más,
sobre los valores y prácticas educativas que existen tanto aquí como en Europa.
Pero sobre todo me hace preguntarme sobre lo que considero que debe ser la
función del docente, más allá de respetar los acuerdos de la comunidad
educativa y las normas básicas que exige cada contexto. En ese sentido, creo
que los docentes tenemos una amplia autonomía que no siempre ejercemos
justificando nuestro actuar por condicionantes externos que no siempre son la
verdadera razón del porqué de nuestra forma de trabajar. Pues tal como nos dice
Aristóteles hablamos demasiado de la virtud, cuando lo verdadera importante es
ser virtuosos. Cada docente, con independencia del lugar donde ejerza su profesión,
tiene en sus manos todo un mundo de posibilidades para trabajar con sus alumnos
y alumnas, ofreciéndoles una educación que transcienda las paredes que
delimitan el aula, para no tomar el libro de texto como una doctrina sino como
un punto más de referencia o partida, para abrirles ventanas al mundo que
permitan que circule aire fresco en el ambiente academicista, para desarrollar
en ellos un sentido crítico de la vida, para sembrar en sus corazones la
semilla de la indignación y el inconformismo, etc. Y todo ello aunque sea
contracorriente, pues la sociedad y los
medios de comunicación, incluso a veces las familias, suelen remar en sentido
contrario. Pero ello no debe ser obstáculo suficiente para darnos por vencidos
ni resignarnos. Ya que en ese mismo
instante nos habremos puesto al servicio de los que desean que vivamos de
rodilla ante sus intereses particulares, aunque no seamos consciente de ello.
Pues considero que, los docentes, tenemos siempre
capacidad de orientar nuestras acciones hacia aquello que contribuya a la
formación de ciudadanos comprometidos, solidarios, pacíficos y justos, es decir,
podemos contribuir notablemente con lo que debe ser verdaderamente importante en
educación.
Por otro lado, mantener un modelo educativo como el
que actualmente predomina todavía en
buena parte del mundo, basado en la transmisión de conocimientos y en la competencia,
a través de las evaluaciones internacionales, sin que contribuya a dar sentido
a una vida más humana y para construir una sociedad más justa, pacífica y
sostenible, resulta inadmisible en nuestros días. Pues cada vez se dice con más
claridad y más fuerza que la existencia de países pobres, personas viviendo en
la miseria y sociedades carentes de los derechos más esenciales y básicos para
vivir dignamente, tales como la sanidad y la educación, serán un obstáculo insalvable para alcanzar
niveles de mayor bienestar y desarrollo del resto de los países más ricos.
Porque, en definitiva, si los sistemas educativos no
cumplen con la función esencial de formar en el ámbito personal, el laboral y
el social a los ciudadanos, deberíamos replantearnos nuestra tarea diaria como
docentes y, en su conjunto, la función de las instituciones educativas; ya que
de lo contrario quizá estemos caminando en la dirección equivocada, porque no
percibimos claro el norte que debe guiarnos como docentes.
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