Hace algún tiempo escribí este editorial para la revista Organización y Gestión educativa, revista publicada por Wolters Kluwers y el Forum Europeo de Administradores de la Educación de España, hoy quiero traerlo aquí para compartir aquellas reflexiones, pues más allá de los datos concretos a los que se alude, el fondo de la cuestión me parece que tiene toda su vigencia.
La aproximación al conocimiento de la realidad, si es que
alguna vez podemos lograrlo del todo, debe realizarse desde muy diferentes
ángulos y perspectivas si no queremos percibirla deforme. Por tanto, la escuela
como institución tradicionalmente educadora y responsable de la formación, hoy,
de ciudadanos capaces de integrarse en una sociedad global, dotados de una “educación
mínima” necesaria para que todos puedan recibir ese calificativo de “ciudadanos”,
requiere, además voluntad positiva de conocer, una mirada crítica desde la
ética y la moral de nuestro tiempo.
El pasado mes de octubre, en nuestras jornadas estatales,
celebradas en Torrent (Valencia), ciudad educadora, tuvimos la ocasión de
disfrutar con la buena organización, la calidad de los contenidos, los espacios
de participación y la extraordinaria realización del programa previsto para el
desarrollo de las jornadas. Pero todo ese mérito no sería nada si no fuera por
el alto valor educativo y pertinencia de lo tratado para hacer una aproximación
a la escuela desde la perspectiva de la filosofía de la ética de las
organizaciones.
La escuela democrática y plural que hoy tenemos debe
asentar sus raíces y proyectar su futuro en la concepción del centro educativo
como “crisol de civismo”, fusión de valores, espacio en el que confluyen
diferentes culturas, que cada vez serán más, y por ende, donde estarán
representadas diferentes morales, lo cual nos avoca a una forma completamente diferente
de entender la educación. Por ello, necesitamos llegar a grandes acuerdos sobre
la ética de la educación y la organización escolar, acuerdos que establezcan la
base para la formación de ciudadanos dotados de unos conocimientos mínimos en
dos ámbitos esenciales: por una parte, en su alfabetización de conocimientos y
destrezas cognitivas básicas, y por otra, en un desarrollo integral de sus
capacidades personales que les dispongan a un aprendizaje a lo largo de la vida,
para que les permitan integrarse, con las mínimas garantías de éxito, en una
sociedad global, en la que las relaciones humanas exigen actitudes abiertas,
solidarias y de respeto a los derechos humanos, es decir, “saber vivir juntos”.
La democracia interna de las escuelas debe ser un
microcosmos donde se enseñen y practiquen las reglas de una sociedad en la que
la coherencia entre el discurso educativo y la práctica se vea reflejada en el
día a día de los centros. Sólo se adquiere y aprende lo que se vive, pues lo
que sólo se oye y no se aplica el tiempo lo acaba borrando de la mente.
Los proyectos educativos y los proyectos curriculares
deben poder ser observados en los pasillos y en las aulas respectivamente y,
por tanto, deben ser algo más que un documento que sirve para cumplir un
trámite administrativo.
Si miramos a nuestro entorno inmediato, España, Europa,
encontramos argumentos de todo tipo: legales, culturales, éticos, morales,
económicos, sociales, etc., es decir, la LOE, los estatutos de autonomía, los
objetivos estratégicos de la UE para el año 2010, el desarrollo sostenible, la
problemática y la realidad social, la convivencia escolar, etc., todo ello nos indica
que el camino más digno para el ser humano es compartir el espacio común de
forma pacífica, justa, solidaria y respetuosa con los derechos de todos. Y sólo
la educación como ciudadanos, que debe ser responsabilidad compartida, podrá
conseguir que nos acerquemos a la utopía.
El Consejo de Europa entiende que la Educación para la Ciudadanía
concierne “al conjunto de prácticas y actividades diseñadas para ayudar a todas
las personas, niños, jóvenes y adultos, a participar activamente en la vida
democrática, aceptando y practicando sus derechos y responsabilidades en la
sociedad”. Por su parte, la red Eurydice (2005) aporta que una ciudadanía responsable
debe dotar a los jóvenes de la capacidad de contribuir al desarrollo y
bienestar de la sociedad en la que viven, en tanto que ciudadanos activos, lo
que implica el desarrollo de una cultura política, un pensamiento crítico unido
a ciertas virtudes y valores, y una participación activa.
Así pues, la escuela y los profesionales de la educación
no pueden cargar, ellos solos, sobre sus espaldas la responsabilidad de formar
ciudadanos. La necesidad de que la sociedad en general y en particular las
familias y los medios de comunicación sean consecuentes con el hecho de que
todos tenemos un papel importante que jugar en la educación de los jóvenes, nos
podrá permitir alcanzar nuestro objetivo, pues no se le puede pedir a la
escuela que eduque en lo contrario de lo que hace la sociedad, que es justo lo
que ahora mismo sucede, para que luego la televisión centre su mirada en la violencia
escolar, para desvirtuar aún más una realidad que ella ha contribuido a crear.
En definitiva, creemos que el sistema educativo del siglo XXI debe integrarse
en la sociedad, recibir su colaboración y apoyo, para lograr que la escuela se convierta
en una comunidad de civismo, cuya función principal sea socializar y
transformar a los alumnos en ciudadanos del mundo.
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