El papel de la
escuela se ha visto sometido siempre, pero, especialmente en los últimos
tiempos, a grandes presiones, fruto de los intereses sociales, políticos,
económicos, y corporativos, además de a
los cambios y avances del conocimiento, producidos en todos los órdenes de la
vida. Su original función de enseñar a leer, escribir y calcular, para el
manejo de máquinas y el desempeño de un trabajo o profesión para toda la vida, está
lejos de ser suficiente para un alumnado como el actual que cambiará varias
veces de trabajo y si no lo hace, desde luego cambiará la forma de llevar a
cabo su profesión. Consecuencia de ello, la escuela de nuestros días se
enfrenta a la incertidumbre de tener que enseñar y formar a personas que
actualmente no sabemos muy bien la formación que realmente necesitarán cuando
sean adultos. Pero sí sabemos que en torno al 65% de los estudiantes que hoy
transitan por nuestras aulas trabajarán en profesiones que todavía no existen
y, por tanto, menos aún sabemos qué formación necesitarán para su desempeño.
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En conclusión, tendríamos que convenir en afirmar que
la revisión de curriculum de la escuela del sigo XXI debe ser sometida a examen
riguroso para sentar las bases de un nuevo modelo, superador de conocimientos
estables y permanentes, para sustituirlo por un conocimiento dinámico, abierto,
flexible y en constante evolución-adaptación, asentado sobre un modelo de
enseñanza y aprendizaje que ponga el acento en potenciar las cualidades
naturales del hombre, desarrollando la capacidad del pensamiento eficaz, en el
marco de un modelo de sociedad y sistema de producción estable y justo, en el
que el bien común sea el gran objetivo, dentro del respeto universal a los
derechos humanos.
Por otro lado, la
opinión pública recibe, constantemente, mensajes contradictorios, confusos y
poco realistas de lo que sucede y se aprende en las escuelas. La publicación de
los resultados de pruebas nacionales e internacionales crean un ambiente de
desconfianza y desprestigio hacía la institución escolar y el profesorado que
poco tienen que ver con la realidad de lo que se vive y sucede en las aulas.
Pues la complejidad que ha tenido siempre enseñar y aprender, se ha visto
aumentada exponencialmente gracias al vertiginoso mundo cambiante en el que
vivimos. Los avances logrados en el mundo de la ciencia y las tecnologías, que nos
sorprenden y conocemos un día sí y otro también, están produciendo una ingente
cantidad de información que se duplica cada tres o cuatro años; por lo que cada
vez será menos razonable pensar en que se enseñe y aprenda en las escuelas un
compendio de lo que se considera más importante, por lo que será necesario
proponer un nuevo paradigma educativos que busque el desarrollo de personas que
puedan aprender a lo largo de la vida, para así poder responder a las
cambiantes demandas personales, sociales y laborales a las que tendrán que
enfrentarse.
En ese contexto,
parece que lo más necesario que debemos enseñar a los estudiantes, es un
conjunto de conocimientos, habilidades, estrategias, actitudes, valores,
principios éticos y morales que tengan una aplicación universal en cualquier
tipo de contexto y necesidad.
Por tanto, la idea
de contenidos curriculares tal y como todavía hoy aparecen en muchos libros de
texto escolar, o la forma en la que nos enseñaron a los menos jóvenes, que hoy
tenemos la responsabilidad de enseñar, ya ha dejado de tener sentido. Pero tampoco
consideramos que sea buena idea, recurrir a la improvisación y la ocurrencia de
sustituir o aplicar nuevos modelos sin que cumplan los requisitos necesarios,
pues no será útil someter a la sufrida educación a cualquier experimentación
pseudoinnvadora que no haya sido avalada por el conocimiento científico y la
evidencia de su éxito en la práctica. Pues solo es necesario asomarse a los
medios de comunicación para conocer experiencias educativas de dudosa calidad,
pero que sus protagonistas venden como la panacea de la educación.
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