En el siglo XIX, cuando la escuela como institución educativa se extiende y se hace realidad
para la sociedad en general, tal y como hoy la conocemos, se establece un
tiempo escolar a modo y semejanza de las fábricas, es decir, se establecen una
fragmentación de periodos de tiempo de trabajo semejantes a los procesos
productivos o cadenas de producción. Aunque, buscando en la historia del tiempo
escolar, Recio (2007, p. 3) recuerda que las primeras referencias fueron
las normas monacales, especialmente la Regla de San Benito del Siglo XI, y
afirma que “Posteriormente, pensadores y educadores protestantes y jesuitas
hicieron su contribución”, y menciona que es la Ratio Studiorum (1586) la que
se convirtió en el código escolar obligatorio, cuya clave era el empleo del
tiempo, más concretamente la hora como unidad base.
La organización del
tiempo, pues, respondía al reparto, durante la jornada escolar, de una serie de
actividades relacionadas con las materias de estudio y sus correspondientes
tareas. Con modelos y variantes de la organización diferentes, pero siempre
secuenciados en franjas horarias consecutivas. Así es como se
construyó el esquema del horario escolar que ha dominado en general hasta
nuestros días.
Por otro lado,
podemos decir que hasta mediados del siglo XX,
aproximadamente, el conocimiento y la formación que ofrecían las escuelas y
centros de formación de todo tipo eran suficientes para que una persona
ejerciera en la profesión que había estudiado y, por tanto, la educación
bancaria que criticaba Freire, podía servir para ganarse la vida y pasar con lo
necesario sin necesidad de cambio de empleo ni actualizaciones profesionales
permanentes. Es decir, el ciclo vital de los humanos duraba menos que la permanencia
y vigencia del conocimiento, las herramientas y las prácticas profesionales habituales.
Pero la segunda mitad del siglo XX, en parte consecuencia de los descubrimientos
bélicos de la Gran Guerra que finalizó. por
aquel entonces, manifestó una progresión verdaderamente acelerada en el avance
de la ciencia y la tecnología que nos va a deparar un mundo cada vez más global
y con un ritmo de cambios, en todos los órdenes de la vida, antes nunca visto,
que exigían nuevos modelos organizativos a la escuela, aunque
dichos cambios tardarán en operarse en los sistemas educativos pero que, como
estamos viendo en estos momentos, ya no parece que puedan prolongarse por mucho
más tiempo en llegar a ser realidad. El paso de la sociedad industrial a la
sociedad del conocimiento así nos lo exige.