Tengo para mi que las certezas en educación serán cada vez menos
ciertas, también será así en cuanto a lo que debe considerarse “profesores
excelentes” y tendremos que cambiar nuestra concepción sobre ellos y, por
tanto, la formación que deben recibir y las cualidades que les deben adornar.
Pues, aunque existirá un gran acuerdo en la importancia del papel que
los docentes han tenido hasta ahora, y tendrán en el futuro, para que los
estudiantes alcancen los mejores resultados, ya que así lo demuestran numerosas
investigaciones. Sin embargo, seguramente, tendríamos que pensar que con los
nuevos planteamientos, por ejemplo, la valiente e innovadora decisión de los Jesuitas
en Cataluña, y todo lo que ello supone de concepción de la organización escolar
para trabajar por proyectos, la distribución de espacios y tiempos, las
metodologías y estrategias didácticas a poner en práctica, el uso de las
tecnologías, el trabajo en grupos diversos, etc., nos obligará a replantearnos seriamente
el perfil y el rol del docente, no sólo sobre el papel, sino de una vez por
todas en la práctica.
Quizá para comprender bien el nuevo papel del profesorado será
necesario partir de lo que nos dicen las investigaciones realizadas hasta el
momento y las nuevas exigencias, para una profesión cada vez más compleja,
exigente y necesitada de innovación. En ese sentido, se han publicado en los
últimos tiempos interesantes informes sobre la excelencia docente y por qué
poner el acento en ello, más que en otras variables que contribuyen a conseguir
los mejores resultados en los estudiantes. El peligro mayor que percibimos en
todo ello es que se están centrando demasiado en el crecimiento económico y la
competitividad, olvidando, más de lo que desearíamos, en el desarrollo humano,
la justicia distributiva y un reparto equitativo de la riqueza, que permita
cerrar la brecha entre pobres y ricos a nivel planetario. Así pensamos que
acabar con el hambre en el mundo sería la mayor revolución que podríamos
alcanzar. Además, no debemos olvidar, que centrar la investigación de la
efectividad del docente, exclusivamente bajo una perspectiva individual, puede
producir aberraciones en la visión de la realidad, tal y como explican muy bien,
entre otros, M. Fullan y A. Hargreaves (2014) en su libro “capital
profesional”.
Los estudios, a los que nos queríamos referir aquí, a modo de
ejemplo, son el informe(1) del Grupo Banco Mundial, publicado en 2014 con el
título “Profesores excelentes” Cómo mejorar el aprendizaje en América Latina y
el Caribe y el informe(2) realizado por la Fundación Compartir de Colombia (2014)
“Tras la Excelencia Docente”. Cómo
mejorar la calidad de la educación para todos los colombianos.
Para no extendernos en exceso, recogeremos sólo algunos fragmentos
significativos de ambos, pero sobre todo, queremos plantearnos algunas
cuestiones, que nos parecen importantes y que nos han surgido de su lectura.
“Los datos cada vez más numerosos de pruebas a los estudiantes, en
especial en
Estados Unidos, permiten a los investigadores medir el “valor
agregado” de los profesores en el transcurso de un año escolar y generan
evidencias muy esclarecedoras acerca de las amplias variaciones en la eficacia
docente, aun dentro de la misma escuela y en el mismo grado. Los alumnos que
tienen profesores de bajo desempeño pueden manejar un 50 % o menos del plan de
estudio correspondiente a ese grado; los que tienen buenos profesores alcanzan
en promedio los logros de un año escolar, y los que tienen profesores
excelentes avanzan 1,5 niveles o más (Hanushek y Rivkin, 2010; Rockoff, 2004).”
Pág. 6 (del resumen en español del informe 1). Sobre este mismo asunto, M.
Fullan y A. Hargreaves (2014) nos dicen que “Una de las conclusiones más
insultantes de las investigaciones educativas en la actualidad es este: “la
cualidad de un maestro es el único determinante importante en el aprendizaje
del estudiante”…” pág.36.
El segundo informe, en relación con la consecución de la
excelencia docente para Colombia, afirma que “Basados en la evidencia nacional
e internacional descrita arriba, la propuesta sistémica de reforma define una
ruta muy precisa a partir de cinco ejes estratégicos. Estos ejes son: i)
formación previa al servicio, ii) selección, iii) evaluación para el
mejoramiento continuo, iv) formación en servicio y v) remuneración y reconocimiento.”
Pág. 30 (informe 2)
Este segundo informe, concluye igualmente que “Un cuidadoso
meta-análisis de estos estudios, en el cual se analizan de manera comparativa
la contribución de diferentes insumos educativos, concluye que priorizar la
inversión de recursos en seleccionar y retener maestros más educados y con
mayor experiencia es más costo-efectivo para mejorar el aprendizaje que
destinar, por ejemplo, esos mismos recursos en reducir el tamaño de las clases (Greenwald,
Hedges y Laine, 1996).” Pág. 51 (informe 2)
Se podría decir, aunque se nos ofrecen evidencias desde estas y
otras investigaciones, que parece necesario y sensato, hacer una análisis
crítico de todos estos resultados y plantearnos algunas cuestiones que nos
puedan ayudar a entender cuál debe ser la excelencia docente y su función en la
sociedad actual y futura. Pues la respuesta, a la luz de esta mínima exposición
de detalles, así parecen exigirlo.
Pero expongamos algunas de las cuestiones que nos han surgido:
¿Qué significará y cómo se conseguirá la excelencia del profesorado
para el presente futuro?
¿Serán los concienzudos y rigurosos informes y constructos
teóricos, como los mencionados y otros, los que nos revelen la clave de la excelencia
docente y la mejora del rendimiento de los estudiantes, o, en algunos casos, éstos
pueden estar más interesados en ofrecer datos de interés para algunos, que por
evidenciar las verdaderas necesidades de la educación en cada contexto?
¿Cómo podremos alcanzar la excelencia docente en un mundo en el
que el papel del profesorado se piensa que debe transformarse más en un
facilitador, gestor, organizador, creador de condiciones de aprendizaje e
innovador, que en un docente que imparte clases y ordena la actividad de los
alumnos, como ha sido concebido hasta ahora de manera mayoritaria?
¿Cambiará las integración efectiva de las TIC, tanto como dicen,
la forma de enseñar y llegaremos, como afirman otros, a una situación donde
sólo se aprenderá y no será necesario enseñar?
¿El nuevo alumnado y la sociedad, cada vez sometida a cambios más
vertiginosos, nos exigirán cambios tan innovadores como la supresión de las
asignaturas, los horarios y los exámenes como se acaba de hacer público por los
Jesuitas de Cataluña?
¿Qué cualidades docentes necesitaremos para desarrollar mejor las
inteligencias múltiples y todas las potencialidades de nuestro alumnado,
incluida la diversidad personal, cultural, religiosa, étnica, etc., para un
mundo más pacífico, justo, solidario y sostenible?
¿Deberán tener las mismas características todos los profesores,
con independencia del contexto?
¿Será más efectivo centrarse en aplicar las prácticas de éxito que
se ofrecen desde “comunidades de aprendizaje”, como evidencias que la comunidad
científica viene avalando, o debemos centrarnos en desarrollar “comunidades
profesionales de aprendizaje” que aportan la sinergia del trabajo colectivo de
los docentes, o serán compatibles ambas?
¿Qué habrá de cierto en lo que dice Kristin Daniels que: “Los
docentes ya no son responsables del aprendizaje”?
Para comprender y responder a estas cuestiones y otras que cada
uno pueda hacerse, necesitamos reflexionar en profundidad sobre cuál debe ser
el fin de la educación desde una perspectiva crítica y recordar que la
educación es un medio para lograr una sociedad más justa y respetuosa con los
derechos de todos. Por ello, seguramente necesitaremos todas las miradas y
trabajar juntos para alcanzar nuestro objetivo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Si lo deseas puedes hacer tus propios comentarios y añadir incluso otra información pertinente.