domingo, 22 de febrero de 2015

El maestro de la educación interior. El país



Como este espacio pretendemos que sea un lugar de reflexión sobre la educación, hemos traído, y seguiremos trayendo, aquellas reflexiones que nos parezcan relevantes para nuestro fin.
Hoy no me resisto a traer aquí un artículo publicado en el país de España y que por su contenido y presentación hace todo el mérito a quien se refiere, es decir al maestro de maestros Francisco Giner de los Ríos. Admirado y respetado por todos los que tienen ojos para ver y leer. 
Gracias al amigo Emilio Alvarez Arregui que lo compartió en Facebook.

"Es muy difícil acostumbrarse a carecer del calor de aquella llama viva”. Así escribía José Castillejo, alma de la Junta para Ampliación de Estudios, el 20 de febrero de 1915 tras haber acompañado al cementerio civil de Madrid los restos de don Francisco Giner de los Ríos en un sudario blanco y rodeados de romero, cantueso y mejorana del Pardo, sus pequeñas amigas del monte. Una consternación profunda se apoderó de todos. De los de siempre (Azcárate, Cossio, Rubio, Jiménez Frau), pero también de los grandes del 98, como Azorín, Unamuno o Machado, y de los jóvenes europeístas del 14, como Ortega, Azaña o Fernando de los Ríos. Unas violetas de Emilia Pardo Bazán, y quizás unas flores traídas por Juan Ramón acompañaban también, junto al pesar de los poetas nuevos, a la sencilla comitiva.
Todos quedaron como suspendidos en una honda sensación de orfandad. Por esperada que fuera, la muerte de Giner dejó a la cultura española sin aliento, sin calor, sin luz. Aquel hombre incomparable había sido su más importante referencia moral durante medio siglo. Y la más decisiva incitación educativa de la España contemporánea. Con un sereno gesto histórico, con pasión pero con paciencia, sin ceremonias ni grandilocuencias vacías, que tanto despreciaba, había dicho suavemente su gran verdad a todos los maestros hambrientos y desasistidos de España: que el oficio de educar era la más importante empresa nacional. Una lección que aún nos sigue repitiendo desde entonces y que tenemos que aprender de nuevo una y otra vez.
En su pequeña escuela de la calle del Obelisco, la Institución Libre de Enseñanza, fundada en 1876, había tomado sobre sí la tarea de enseñar a los españoles a ser dueños de sí mismos. Para ello tuvo que luchar denodadamente contra la resistencia sorda y rencorosa de las viejas rutinas hispanas. Lo hizo durante toda su vida, con un sentido profundo de su deber civil y una resolución inquebrantable. Y con un gran respeto por todos. Tenía una viva conciencia de que la Institución era observada y cuestionada, y que no iba a permitírsele el más mínimo error, pero tenía también palabras de gratitud para quienes la hostigaban y perseguían porque también eso era estímulo para el cuidado y la mejora.
Enseñó que la integridad moral es el señorío sobre sí mismo que surge de convicciones profundas
Giner de los Ríos había nacido en Ronda en 1839 y recaló en Madrid a hacer sus estudios del doctorado en la década de los sesenta. Allí encontró a sus maestros Julián Sanz del Río y Fernando de Castro, a cuyo lado reposa todavía hoy. La filosofía krausista que estos habían introducido en la Universidad española fue el prisma por el que miró la realidad española. En ella aprendió la tolerancia religiosa, el culto a la razón y a la ciencia, la integridad moral y el liberalismo político genuino (no el meramente exterior y postizo). Pero con estos pertrechos no se encajaba bien en la Universidad de la época, vigilada hasta la asfixia por el dogmatismo intransigente de los católicos. Esa manía tan nuestra de exigir juramentos a los profesores, sobre esta o aquella constitución, le llevó dos veces a ser expulsado de su cátedra. Simplemente pensaba que no debía hacerlo y no estaba dispuesto a hacer componendas con su propia conciencia. Al no ceder, puso en pie en España junto a sus maestros la primera piedra de esa libertad de cátedra que hemos tardado cien años más en poder disfrutar.
Giner experimentó una profunda decepción ante la conducta política de la juventud liberal durante el sexenio revolucionario (1868-1873). Sus palabras, que también nos hieren hoy, son el mejor comentario: “¿Qué hicieron los hombres nuevos? ¿Qué ha hecho la juventud? ¡Qué ha hecho! Respondan por nosotros el desencanto del espíritu público, el indiferente apartamiento de todas las clases, la sorda desesperación de todos los oprimidos, la hostilidad creciente de todos los instintos generosos. Ha afirmado principios en la legislación y violado esos principios en la práctica; ha proclamado la libertad y ejercido la tiranía; ha consignado la igualdad y erigido en ley universal el privilegio; ha pedido lealtad y vive en el perjurio; ha abominado de todas las vetustas iniquidades y sólo de ellas se alimenta”.
Para quien sepa leer, poco hay que añadir. Desalentado, expulsado de nuevo de la Universidad por negarse a jurar nada ni aceptar textos oficiales, se perfila en su ánimo la convicción de que sólo la educación “interior” de los pueblos (como él la llama) es eficaz para promover las reformas y los cambios que la sociedad necesita, aunque nunca parece querer. Ni medidas políticas, ni pronunciamientos, ni revoluciones. Oigámosle otra vez algunos años después, tras el desastre del 98: “En los días críticos en que se acentúan el tedio, la vergüenza, el remordimiento de esta vida actual de las clases directoras, es más cómodo para muchos pedir alborotados a gritos ‘una revolución’, ‘un gobierno’, ‘un hombre’, cualquier cosa, que dar en voz baja el alma entera para contribuir a crear lo único que nos hace falta: un pueblo adulto”.
Tuvo que luchar contra la resistencia sorda y rencorosa de las viejas rutinas hispanas
Un pueblo adulto, dueño de sí mismo. Por eso entregó Giner en voz baja su alma entera. Y la expresión más cabal de esa entrega fue la Institución Libre de Enseñanza. Con ella se vino a saber entre nosotros que la implantación memorística de textos y letanías no era educar, sino a lo sumo instruir, y de mala manera. Que para aprender era necesario pensar ante las cosas mismas, activamente, tratando de descifrar su disposición y su razón de ser. Se supo también que la integridad moral no tenía nada que ver con reglamentos externos, y premios y castigos; era más bien una suerte de señorío sobre sí mismo que surgía de convicciones profundas.
Que la catequesis religiosa debería desaparecer de la escuela, pues no hacía sino adelantar las diferencias que dividen a los seres humanos, ignorando la raíz común de humanidad que los une a todos. Que una creencia religiosa impuesta coactivamente traiciona la propia religión y profana las mentes vulnerables de los niños. Que las conquistas de la ciencia expresan el camino del ser humano hacia la verdad, la única verdad que hay que respetar por encima de tradiciones, prejuicios y supersticiones. Que estudiar para examinarse una y otra vez es necio y dañino, pues mina la salud sin descubrir al niño el goce del estudio y el descubrimiento. O que las niñas (estamos en 1876, no se olvide) deben educarse no sólo como los niños, sino con los niños, porque establecer una división artificial en la escuela no sólo es una discriminación errónea, sino una solemne estupidez. Y tantas otras cosas.
Para Giner de los Ríos había que transmitir en la educación la idea de que la propia vida ha de ser vista como una obra de arte, como la realización libre y capaz de las ideas que cada uno se forja en el espíritu, la plasmación de un proyecto personal. En eso consistía ser dueño de uno mismo. Y a eso se entregó en la Institución Libre de Enseñanza. Desde ahí irradió a todo el país con una brillantez y una profundidad que todavía hoy nos causan asombro y apenas hemos sido capaces de asumir. Esas entre otras son las razones que hoy, cien años después, nos llevan con unas flores al cementerio civil.

Francisco J. Laporta es catedrático de Filosofía del Derecho de la Universidad Autónoma de Madrid.

lunes, 16 de febrero de 2015

Democracia y educación

Si tuviéramos el tiempo y el espacio suficiente para leer más y descubrir lo ya conocido y escrito, seguramente, necesitaríamos escribir y descubrir algo menos de lo que lo hacemos a diario. Me viene a la mente esta idea, cuando pensaba en escribir algo sobre el papel que debe jugar la escuela en la formación democrática de los ciudadanos. Especialmente, puede ser interesante, en un año salpicado de procesos electorales en España, pero incluso en otros lugares donde no se dé esa circunstancia. Pues las reformas educativas constantes en nuestro país, deben interpretarse como algo que despierta un interés desmesurado en la clase dominante, partidos políticos, para tratar de hacer un sistema educativo a su imagen y semejanza, o simplemente, por la ineficacia y la incapacidad de los partidos políticos y sus dirigentes por no demostrar tener la cordura necesaria para trabajar por el bien común, más allá de intereses torticeros, y alcanzar acuerdos de estado que saquen al país de la montaña rusa en la que viven los docentes desde hace décadas. Y por como se dibuja el mapa político en estos momentos, seguramente, aún no lo hemos visto todo.

Pero siguiendo el hilo de lo que decíamos al principio, obras como “Democracia y educación” de J. Dewey 1916, o casi un siglo después, en menor medida, la de Beane, J. A., & Apple, M. W. (1997) “Escuelas democráticas” (donde los autores seleccionaron cuatro experiencias de trabajo cotidiano), pueden ser buenos ejemplos de lo que decimos más arriba.


Sólo a título de ejemplo traigo un par citas del segundo libro, en primer lugar, sus autores  citan a James Mursell (1955, pg. 3), el cual ya hacía muchos años escribía una reflexión sobre el papel que debe jugar la escuela en una sociedad democrática y que nos parece realmente clarificadora: “Si las escuelas de una sociedad democrática no existen para el apoyo y la extensión de la democracia, y no trabajan por ello, entonces son o bien socialmente inútiles, o socialmente peligrosas. En el mejor de los casos, educarán a personas que seguirán su camino  y se ganarán la vida indiferentes a las obligaciones de ciudadanía en particular y de la forma de vida democrática en general … Pero es muy probable que las eduquen para que sean enemigos de la democracia: personas que serán presa de demagogos, y que apoyarán movimientos y se reunirán en torno a dirigentes hostiles a la forma de vida democrática. Estas escuelas o bien son fútiles o bien subversivas. No tienen una razón legítima de existir.”

miércoles, 11 de febrero de 2015

8 Ideas clave. Calidad de la práctica educativa.


Desde el mes de agosto del año pasado, vengo colaborando con la institución educativa de "José Celestino Mutis" de Guabas, en el desarrollo de un plan de mejora de los resultados de los estudiantes de dicha institución.

Analizando posibilidades y necesidades de la institución, junto con los docentes y directivos, se decidió llevar a cabo un proceso de mejora basado en los planteamientos y propuestas del INSTITUTO ESCALAE de Barcelona, dirigido por Federico Malpica.

Bajo mi punto de vista, una de las grandes virtudes que tiene este sistema de trabajo, es que cada institución genera sus propio camino de mejora, de acuerdo principalmente, al autodiagnóstico docente que se realiza al inicio de cada curso escolar y al perfil del egresado que promete la institución a las familias de los estudiantes que acogen. Ello facilita que los esfuerzos se centren en las necesidades que los docentes manifiestan que encuentran en el trabajo diario. Lo cual proporciona un sistema de capacitación de los docentes absolutamente pertinente a los intereses generales de la institución, además de facilitar la formación de los docentes en las tareas que deben desempeñar en el aula y la coordinación general de la acción educativa, que genera coherencia y sinergías dentro de la institución.

Otra gran aportación de este sistema de trabajo es que los procesos de mejora se centran, aunque también afectan a otros ámbitos, en los procesos de calidad de la práctica docente, es decir, dentro del aula. A diferencia de los sistemas de calidad ISO y otros que se focalizan en procesos de centro, es decir de la institución educativa.

Para el desarrollo de todo ello, se cuenta con una plataforma virtual que permite la comunicación y el acceso a todos los implicados de manera permanente, recogiendo en ella la documentación y los recursos necesarios que ofrece el Instituto Escalae y los que los docentes estimen oportuno y aporten. Incluso la plataforma permite la gestión de otros proyectos, ajenos al proceso de mejora, que la institución desee llevar a cabo.

Consecuencia de todo ello, nos pusimos en contacto con el Instituto Escalae y su director, Federico Malpica, y venimos colaborando hace meses en este proyecto de manera ilusionada, viendo como con paso lento, pero firme, vamos avanzando.

Para profundizar en el conocimiento de las bases y planteamientos de trabajo leímos en su día el día el libro base de la investigación para el desarrollo del sistema de trabajo: "8 Ideas clave. Calidad de la práctica educativa." cuyo autor es el director del Instituto Escalae Federico Malpica. Por encontrarnos en Colombia, Buga, se nos ofreció, por la profesora Teresa Santos y Janet Moncayo, la posibilidad de publicar la reseña en la revista "Forma Pedagógica", del programa de Formación de maestros de la Universidad del Valle-Sede Buga.

Aquí se puede acceder a dicha reseña.

martes, 3 de febrero de 2015

Dilanet: la mayor hemeroteca de artículos científicos hispanos en Internet.

Hoy os dejo un recurso importante para poder leer y reflexionar sobre educación.

Dialnet

3/2/2015


Educar(nos)

Año: 2014, Número: 68

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