Una mirada crítica desde la práctica docente
En un mundo interconectado, pero profundamente desigual, la educación se encuentra en una encrucijada. Las crisis globales —climática, sanitaria, digital, democrática— interpelan nuestra tarea como docentes y nos exigen una revisión profunda de lo que enseñamos, cómo lo hacemos y para quién lo hacemos. En este contexto, la propuesta de la UNESCO de forjar “un nuevo contrato social para la educación” (UNESCO, 2021) se presenta como una oportunidad para reimaginar la educación como fuerza transformadora que repare injusticias y construya futuros pacíficos, justos y sostenibles.
Este nuevo contrato se basa en dos pilares fundamentales: garantizar el derecho a una educación de inclusión y calidad a lo largo de toda la vida y fortalecer la educación como un bien público y común. Se trata de un ideal potente, que convoca a docentes, estudiantes, familias y comunidades a una responsabilidad compartida. Sin embargo, desde una pedagogía crítica y sociocrítica, cabe preguntarse: ¿quién redacta ese contrato? ¿Incluye verdaderamente las voces de quienes habitamos cotidianamente las aulas?
Entre la esperanza y la vigilancia crítica
Como bien advierte Michael Apple, toda propuesta educativa, incluso las bienintencionadas, puede ser absorbida por la lógica neoliberal dominante. Esta lógica —que convierte la educación en mercancía y al alumno en capital humano— tiende a invisibilizar la diversidad cultural, la justicia social y la experiencia situada. ¿Puede hablarse de cooperación en un sistema educativo global marcado por la competencia y la estandarización? ¿Qué espacio queda para la solidaridad cuando todo se mide en pruebas de rendimiento?
Entre otros, Freire, Giroux y McLaren nos enseñan que la educación nunca es neutral: es siempre un acto político. La pedagogía crítica no se limita a metodologías innovadoras, sino que exige una lectura estructural de las desigualdades y una acción transformadora desde las aulas. Para Henry Giroux, el docente es un intelectual transformador, un sujeto político que lucha por una escuela como esfera pública democrática. Dewey, por su parte, resaltó que la escuela debe ser “laboratorio de democracia”: un espacio vivencial donde los alumnos participan y aprenden haciendo. McLaren incluso propone una pedagogía revolucionaria, donde la escuela es “escenario de colisión” con la cultura dominante, enfrentando directamente la lógica del capitalismo. Y como señalaba Adorno, sin conciencia crítica, la educación puede convertirse en instrumento de dominación ideológica.
Ya que como lo resumía y nos recordaba con claridad absoluta Manuel Bartolome Cossio “Dadme un buen maestro y el improvisará el local de la escuela si faltare, el inventará el material de enseñanza, que hará que la asistencia sea perfecta”.
Pedagogía para la emancipación: caminos desde el aula
¿Cómo transformar estas ideas en propuestas concretas y accesibles? He aquí algunas líneas de acción para un profesorado comprometido con la transformación:
Fomentar un diálogo crítico y horizontal (Habermas): propiciar que el aula sea espacio de palabra, escucha, argumentación y reflexión compartida.
Analizar críticamente los contenidos y materiales (Apple): ¿qué relatos se privilegian? ¿qué voces se omiten? ¿qué mundo estamos legitimando?
Conectar el currículo con la vida real (Dewey): vincular el aprendizaje a problemas comunitarios, experiencias personales y proyectos de impacto social.
Educar para la diversidad (Freire): romper con las lógicas homogeneizantes y valorar las múltiples identidades, saberes y culturas que atraviesan nuestras aulas.
Revisar las prácticas evaluativas: más allá del examen estandarizado, apostar por la autoevaluación, la coevaluación y la reflexión sobre el proceso de aprendizaje.
Construir redes docentes colaborativas: crear comunidades de práctica que aprendan juntas, dialoguen y produzcan saber pedagógico contextualizado.
Una tarea común, una esperanza compartida
La verdadera firma de este contrato no se estampa en despachos internacionales, sino en el día a día de nuestras aulas. Se construye en el vínculo con nuestros estudiantes, en el compromiso con la justicia social y en la reflexión colectiva con nuestros pares. Como afirma Freire, educar es un acto de esperanza. Y como recuerda Habermas, sólo a través del diálogo podemos construir una comunidad racional, crítica y solidaria.
Forjar un nuevo contrato social para la educación exige más que reformas: implica reivindicar la dignidad de nuestra profesión, la centralidad del saber pedagógico y el compromiso ético con un mundo más justo. No estamos solos. Somos muchos y muchas quienes, desde nuestras escuelas, creemos que otro futuro es posible… y educamos para alcanzarlo.
Referencias bibliográficas
Apple, M. (2021). Educación, política y poder. Morata.
Dewey, J. (1998). Democracia y educación. Ediciones Morata.
Freire, P. (1997). Pedagogía de la autonomía. Siglo XXI.
Giroux, H. (1997). Los profesores como intelectuales. Paidós.
Habermas, J. (1994). Teoría de la acción comunicativa. Cátedra.
McLaren, P. (2005). La vida en las escuelas: una introducción a la pedagogía crítica en los fundamentos de la educación. Siglo XXi.
UNESCO (2021). Reimaginar juntos nuestros futuros: un nuevo contrato social para la educación.
https://orcid.org/0000-0001-8035-0091

No hay comentarios:
Publicar un comentario
Si lo deseas puedes hacer tus propios comentarios y añadir incluso otra información pertinente.