La noria gira y
pasa en cada vuelta por el mismo sitio, aunque el agua que mueve nunca sea la
misma, pues cambia en cada ocasión.
Los cursos
escolares son como una noria, aunque como ella, en cada momento mueve personas,
ilusiones, frustraciones, anhelos, alegrías, etc., diferentes.
La percepción de
lo vivido cada año, por cada uno, evoluciona con el paso de los años. Pero
siempre parece que tenemos prisa porque los cursos acaben, unas veces por
desear aprobar y pasar al siguiente nivel, otros años para pasar a la
universidad, en otras ocasiones por terminar el trabajo para que lleguen las
vacaciones, etc.
Pero al fin y al
cabo tenemos prisa y esas prisas también se llevan por delante la vida que, por
las urgencias y necesidades del momento, nos impiden, en demasiadas ocasiones,
ser conscientes de lo que vivimos.
Por otro lado, como
es habitual, por estas fechas, surge una mezcla contradictoria de sentimientos.
Por una parte, surge en nosotros la tristeza del final de las vacaciones de
verano, por el otro nacen nuevas ilusiones ante la perspectiva del nuevo curso,
la alegría del reencuentro con los viejos compañeros, o el descubrir quiénes
serán los nuevos, la curiosidad por las nuevas materias a estudiar, o
simplemente la ilusión de lo nuevo.
Pero y ¿para qué
vamos a la escuela? ¿para qué estudiamos? Las respuestas parecen obvias, pero
yo las vincularía con el ámbito menos académico, con el de la vida misma.
Porque si no vamos a la escuela para aprender a ser mejores personas, a saber encontrar
y dar sentido a nuestras vidas, si no aprendemos a convivir en paz y en armonía
consigo mismo y con los demás, si no logramos adquirir valores universales de
respeto a los derechos humanos y sostenibilidad social, política y económica, y lo que buscamos es
aprender a satisfacer necesidades materiales, o simplemente a alcanzar intereses
materiales y económicos o para ejercer el poder, entonces no hemos entendido
nada y deberíamos preguntarnos ¿para qué sirve lo que estudiamos?
La condición
humana no conoce fronteras, las personas nos comportamos de modo similar en
cualquier lugar del planeta, la cultura modela esos comportamientos y por ello
reaccionamos de modos muy diferentes ante, por ejemplo, fenómenos y catástrofes.
Recuerdo el caso del tsunami que sucedió en Japón que produjo el desastre
nuclear de Fukushima en el año 2011, fechas no lejanas se produjo otro desastre
por lluvias ocurridas en EEUU, en el estado de Nueva Orleans. Las imágenes de
ambos hechos reflejan de manera palpable la conducta humana mediada por la
educación y la cultura. Los japoneses aparecían en las noticas guardando colas
inmensas sin alterarse lo más mínimo, pacientes, esperando quizás conseguir una
garrafa de agua de los estantes vacíos del supermercado. En Nueva Orleans, las
imágenes eran bien distintas, se saquearon todo tipo de tiendas y
supermercados, la ola de barbarie y descontrol terminó con lo poco que las
lluvias no arrasaron.
La enseñanza que
podemos sacar es bien sencilla pero fundamental para entender la vida y la noria
en la que vivimos. A todas las personas y países les suceden cosas muy
parecidas, como dice Borges “las cosas que le ocurren a un hombre les ocurren a
todos”, y lo que realmente nos diferencia es la forma en cómo respondemos, cómo
reaccionamos ante lo que nos pasa. Unos son absolutamente reactivos y toda su
vida se desarrolla en función de lo que hagan los demás, otros, tratamos de ser
proactivos, mientras buscamos ser nosotros mismos.
Por tanto, la
noria escolar es como la noria de la vida, ya que todos pasamos por situaciones
escolares o académicas similares, la diferencia está en cómo afrontamos esa
situación.
Algo parecido se
podría decir de los que ejercemos como docentes, todos tenemos las mismas
obligaciones y responsabilidades, pero unos las afrontan de modo rutinario y
reactivo de acuerdo a lo que consideran que debe hacerse, es decir actúan con
sus estudiantes en función de cómo hacen con ellos, y otros, simplemente se
dedican a ayudar a sus estudiantes, con independencia de sus condiciones
laborares o de cómo les tratan a ellos, pues los estudiantes nunca deben ser
las victimas de lo que nos sucede a
nosotros, en nuestras condiciones laborales o en nuestras circunstancias
personales. Aunque, no es menos cierto, que la realidad se ve superada por esta
división en la forma de actuar y suele moverse entre la una y la otra. Por lo que
lo importante es tratar de superar las circunstancias y obstáculos y buscar el
bien común.
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