Posiblemente el acto más transcendente para el éxito escolar, la excelencia y el aprendizaje de los estudiantes, dentro de la institución educativa, sea aquello que hace cada docente, cada día, con cada alumno en el salón de clase. Pero ese acto está condicionado por un número importante de variables que, interactuando entre ellas, producen un resultado final que no puede, ni debe, valorarse solo desde los resultados académicos de los alumnos en aspectos cognitivos, basadas en el “saber” incluso en el “saber hacer”, olvidando por completo aspectos esenciales relacionados con el “ser” y el “sentir”, tales como el desarrollo emocional, los sentimientos o los valores que el alumnado cultiva y aprende en su actividad y convivencia escolar diaria. Estas interacciones, además, son diferentes para cada estudiante y para cada docente, en cada circunstancia y contexto. Por lo que investigar, analizar y estudiar estos procesos resulta ser un fenómeno altamente complejo y no exento de riesgos en la generalización de sus resultados. Los protagonistas principales, estudiantes y docentes, como personas, viven estados emocionales influidos por un sinfín de circunstancias personales y hechos contextuales que nacen en el seno familiar, o espacio en el que viven, siguen en el ámbito social de las relaciones personales con los iguales, en la escuela, en el barrio, la sociedad, en relación con los medios de comunicación, etc., y que, por tanto, son el caldo de cultivo de toda una amplia variedad de interacciones sociales, dominadas por sentimientos, afectos, aceptaciones, rechazos, valores y normas, explícitas o tácitas, que conformarán cada personalidad individual a partir de la carga genética que cada uno portamos. Y que, hoy sabemos, que todo ello tiene una importancia decisiva en el proceso de aprendizaje por lo que, además de los aspectos más técnicos del cómo aprendemos, debemos tener presente y actuar teniendo en cuenta toda esta complejidad de aspectos personales y de interacción social, que cada día se les da más importancia por su influencia, no sólo en el aprendizaje, sino también por su transcendencia en los procesos de construcción personal y social.
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