Como avance del contenido del libro, les comparto algunas esencias del capítulo II del libro. Si a alguien le interesa, en el blog tiene disponible la entrada correspondiente a: la dedicatoria, el preámbulo, el crisol de las emociones de un aprendiz de maestro, el capítulo I y ahora del capítulo II. En breve estará disponible el adelanto del capítulo III, que es una propuesta de diez claves para lograr la escuela que soñamos. Además, en Amazon pueden acceder a parte del contenido de cada volumen.
Con gusto me ofrezco a colaborar con docentes e instituciones que lo deseen en la búsqueda de sus finalidades educativas. También para dialogar y encontrar formas de cooperar.En el fascinante trayecto de este libro, que entrelaza memoria, análisis riguroso y emoción pedagógica, el segundo capítulo constituye una parada imprescindible para mirar de frente —sin nostalgias ni complacencias— la escuela que tenemos hoy. Bajo el título *“¿Dónde estamos? La escuela que tenemos en el primer cuarto del siglo XXI”*, el autor nos invita a una reflexión valiente sobre los retos, contradicciones y oportunidades del sistema educativo actual.
Este capítulo se abre con un ejercicio de conciencia: entender el presente desde las tensiones que lo habitan. Así, en la sección A, se plantea una invitación a pensar la escuela no como una institución neutral, sino como un espacio atravesado por intereses diversos: económicos, políticos, éticos y pedagógicos. Comprender la escuela que tenemos exige preguntarse también por las intenciones que la sostienen y por los modelos de sociedad que promueve.
En la sección B, el texto se adentra en un dilema ético crucial: ¿Es la educación un derecho, un bien público, una industria o un negocio? Esta pregunta, lejos de ser retórica, pone en juego el sentido profundo de la escuela. En un contexto global donde proliferan discursos gerenciales y modelos privatizadores, el capítulo nos urge a recuperar la perspectiva del derecho a una educación con equidad, justicia y sentido. La educación, como recuerda Paulo Freire, no puede ser neutra: o reproduce o transforma.
Uno de los aportes más lúcidos del capítulo es el análisis detallado de la evaluación educativa (sección C). En tiempos en que lo cuantificable parece reinar, el autor nos conduce con rigor y claridad por los distintos niveles de evaluación: del alumnado, de los centros, del profesorado y de los sistemas educativos. Esta lectura crítica —pero propositiva— permite vislumbrar los riesgos de una cultura evaluativa reducida al ranking y la competencia, al tiempo que abre caminos hacia una evaluación que aporte sentido, oriente la mejora y reconozca el valor añadido de la escuela. Una escuela vale no sólo por sus resultados, sino por su capacidad para transformar vidas, construir comunidad y generar esperanza.
El texto también se detiene en la figura clave del profesorado (sección D). Desde el acceso a la profesión hasta el desarrollo profesional, se traza un recorrido que evidencia tanto los logros como las asignaturas pendientes. ¿Cómo se selecciona a los futuros docentes? ¿Qué formación inicial reciben? ¿Qué condiciones permiten o dificultan una práctica profesional reflexiva y comprometida? Estas preguntas estructuran una reflexión que conecta con autores como Michael Fullan o Philippe Perrenoud, quienes han insistido en que la mejora escolar pasa necesariamente por dignificar la tarea docente, promover el aprendizaje colaborativo entre pares y asegurar procesos continuos de formación situada.
El liderazgo escolar, tratado en la sección E, es otro de los nudos críticos abordados con lucidez. Frente a modelos autoritarios o puramente administrativos, el capítulo apuesta por un liderazgo pedagógico, distribuido y ético, centrado en el acompañamiento, el diálogo y la construcción colectiva del proyecto educativo. Se retoman aquí referencias clave como las de Andy Hargreaves o Alma Harris, para mostrar que liderar no es mandar, sino cuidar y movilizar.
La sección final (F) recoge otras reflexiones que dan densidad al análisis: el impacto de las tecnologías, las desigualdades persistentes, los efectos del contexto global sobre la escuela local. El autor no cae en el catastrofismo, pero tampoco maquilla la realidad. Su mirada es crítica, sí, pero también esperanzada. Porque en cada página late la convicción de que otra escuela es posible, y que para alcanzarla necesitamos primero comprender, con honestidad y rigor, la escuela que hoy tenemos.
Este capítulo, en definitiva, es un ejercicio de pensamiento pedagógico profundo y necesario. No se limita a diagnosticar; abre horizontes. Nos interpela como educadores, nos compromete como ciudadanos y nos recuerda que la escuela, más allá de sus muros, es un espejo de la sociedad que somos… y una semilla de la que queremos ser.
Invito a todos los lectores de este blog —docentes en formación y en ejercicio, familias, investigadores, gestores educativos— a sumergirse en este libro. Porque comprender la escuela que tenemos es el primer paso para soñar, juntos, la escuela que merecemos. Y como bien señala el autor: “la escuela que soñamos no es una utopía lejana, sino una posibilidad concreta que empieza por mirar con coraje la realidad que habitamos”.
¿Te interesa continuar esta reflexión?
Lee el capítulo completo en “De la escuela que venimos a la que soñamos” y únete a esta conversación sobre el presente y el porvenir de nuestras escuelas. Porque educar es también construir futuro.