martes, 17 de marzo de 2015

Profesores excelentes.



Tengo para mi que las certezas en educación serán cada vez menos ciertas, también será así en cuanto a lo que debe considerarse “profesores excelentes” y tendremos que cambiar nuestra concepción sobre ellos y, por tanto, la formación que deben recibir y las cualidades que les deben adornar.

Pues, aunque existirá un gran acuerdo en la importancia del papel que los docentes han tenido hasta ahora, y tendrán en el futuro, para que los estudiantes alcancen los mejores resultados, ya que así lo demuestran numerosas investigaciones. Sin embargo, seguramente, tendríamos que pensar que con los nuevos planteamientos, por ejemplo, la valiente e innovadora decisión de los Jesuitas en Cataluña, y todo lo que ello supone de concepción de la organización escolar para trabajar por proyectos, la distribución de espacios y tiempos, las metodologías y estrategias didácticas a poner en práctica, el uso de las tecnologías, el trabajo en grupos diversos, etc., nos obligará a replantearnos seriamente el perfil y el rol del docente, no sólo sobre el papel, sino de una vez por todas en la práctica.

Quizá para comprender bien el nuevo papel del profesorado será necesario partir de lo que nos dicen las investigaciones realizadas hasta el momento y las nuevas exigencias, para una profesión cada vez más compleja, exigente y necesitada de innovación. En ese sentido, se han publicado en los últimos tiempos interesantes informes sobre la excelencia docente y por qué poner el acento en ello, más que en otras variables que contribuyen a conseguir los mejores resultados en los estudiantes. El peligro mayor que percibimos en todo ello es que se están centrando demasiado en el crecimiento económico y la competitividad, olvidando, más de lo que desearíamos, en el desarrollo humano, la justicia distributiva y un reparto equitativo de la riqueza, que permita cerrar la brecha entre pobres y ricos a nivel planetario. Así pensamos que acabar con el hambre en el mundo sería la mayor revolución que podríamos alcanzar. Además, no debemos olvidar, que centrar la investigación de la efectividad del docente, exclusivamente bajo una perspectiva individual, puede producir aberraciones en la visión de la realidad, tal y como explican muy bien, entre otros, M. Fullan y A. Hargreaves (2014) en su libro “capital profesional”.

Los estudios, a los que nos queríamos referir aquí, a modo de ejemplo, son el informe(1) del Grupo Banco Mundial, publicado en 2014 con el título “Profesores excelentes” Cómo mejorar el aprendizaje en América Latina y el Caribe y el informe(2) realizado por la Fundación Compartir de Colombia (2014) “Tras la Excelencia Docente”.  Cómo mejorar la calidad de la educación para todos los colombianos.

Para no extendernos en exceso, recogeremos sólo algunos fragmentos significativos de ambos, pero sobre todo, queremos plantearnos algunas cuestiones, que nos parecen importantes y que nos han surgido de su lectura.

“Los datos cada vez más numerosos de pruebas a los estudiantes, en especial en
Estados Unidos, permiten a los investigadores medir el “valor agregado” de los profesores en el transcurso de un año escolar y generan evidencias muy esclarecedoras acerca de las amplias variaciones en la eficacia docente, aun dentro de la misma escuela y en el mismo grado. Los alumnos que tienen profesores de bajo desempeño pueden manejar un 50 % o menos del plan de estudio correspondiente a ese grado; los que tienen buenos profesores alcanzan en promedio los logros de un año escolar, y los que tienen profesores excelentes avanzan 1,5 niveles o más (Hanushek y Rivkin, 2010; Rockoff, 2004).” Pág. 6 (del resumen en español del informe 1). Sobre este mismo asunto, M. Fullan y A. Hargreaves (2014) nos dicen que “Una de las conclusiones más insultantes de las investigaciones educativas en la actualidad es este: “la cualidad de un maestro es el único determinante importante en el aprendizaje del estudiante”…” pág.36.

El segundo informe, en relación con la consecución de la excelencia docente para Colombia, afirma que “Basados en la evidencia nacional e internacional descrita arriba, la propuesta sistémica de reforma define una ruta muy precisa a partir de cinco ejes estratégicos. Estos ejes son: i) formación previa al servicio, ii) selección, iii) evaluación para el mejoramiento continuo, iv) formación en servicio y v) remuneración y reconocimiento.” Pág. 30 (informe 2)

Este segundo informe,  concluye igualmente que “Un cuidadoso meta-análisis de estos estudios, en el cual se analizan de manera comparativa la contribución de diferentes insumos educativos, concluye que priorizar la inversión de recursos en seleccionar y retener maestros más educados y con mayor experiencia es más costo-efectivo para mejorar el aprendizaje que destinar, por ejemplo, esos mismos recursos en reducir el tamaño de las clases (Greenwald, Hedges y Laine, 1996).” Pág. 51 (informe 2)

Se podría decir, aunque se nos ofrecen evidencias desde estas y otras investigaciones, que parece necesario y sensato, hacer una análisis crítico de todos estos resultados y plantearnos algunas cuestiones que nos puedan ayudar a entender cuál debe ser la excelencia docente y su función en la sociedad actual y futura. Pues la respuesta, a la luz de esta mínima exposición de detalles, así parecen exigirlo.

Pero expongamos algunas de las cuestiones que nos han surgido:

¿Qué significará y cómo se conseguirá la excelencia del profesorado para el presente futuro?

¿Serán los concienzudos y rigurosos informes y constructos teóricos, como los mencionados y otros, los que nos revelen la clave de la excelencia docente y la mejora del rendimiento de los estudiantes, o, en algunos casos, éstos pueden estar más interesados en ofrecer datos de interés para algunos, que por evidenciar las verdaderas necesidades de la educación en cada contexto?

¿Cómo podremos alcanzar la excelencia docente en un mundo en el que el papel del profesorado se piensa que debe transformarse más en un facilitador, gestor, organizador, creador de condiciones de aprendizaje e innovador, que en un docente que imparte clases y ordena la actividad de los alumnos, como ha sido concebido hasta ahora de manera mayoritaria?

¿Cambiará las integración efectiva de las TIC, tanto como dicen, la forma de enseñar y llegaremos, como afirman otros, a una situación donde sólo se aprenderá y no será necesario enseñar?

¿El nuevo alumnado y la sociedad, cada vez sometida a cambios más vertiginosos, nos exigirán cambios tan innovadores como la supresión de las asignaturas, los horarios y los exámenes como se acaba de hacer público por los Jesuitas de Cataluña?

¿Qué cualidades docentes necesitaremos para desarrollar mejor las inteligencias múltiples y todas las potencialidades de nuestro alumnado, incluida la diversidad personal, cultural, religiosa, étnica, etc., para un mundo más pacífico, justo, solidario y sostenible?

¿Deberán tener las mismas características todos los profesores, con independencia del contexto?

¿Será más efectivo centrarse en aplicar las prácticas de éxito que se ofrecen desde “comunidades de aprendizaje”, como evidencias que la comunidad científica viene avalando, o debemos centrarnos en desarrollar “comunidades profesionales de aprendizaje” que aportan la sinergia del trabajo colectivo de los docentes, o serán compatibles ambas?

¿Qué habrá de cierto en lo que dice Kristin Daniels que: “Los docentes ya no son responsables del aprendizaje”?


Para comprender y responder a estas cuestiones y otras que cada uno pueda hacerse, necesitamos reflexionar en profundidad sobre cuál debe ser el fin de la educación desde una perspectiva crítica y recordar que la educación es un medio para lograr una sociedad más justa y respetuosa con los derechos de todos. Por ello, seguramente necesitaremos todas las miradas y trabajar juntos para alcanzar nuestro objetivo.

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